Soy la otra mujer by Luisa María Linares

Soy la otra mujer by Luisa María Linares

autor:Luisa María Linares [Linares, Luisa María]
La lengua: spa
Format: epub
editor: La Cuadra Éditions
publicado: 2021-11-16T23:00:00+00:00


Con un rostro o con otro, los hombres la comparaban siempre con una muchacha oriental. Dos hombres totalmente opuestos, en el físico y en el carácter.

«Mis ojos de gheisa —pensó burlándose de sí misma—. Únicos supervivientes del desastre».

Unos ojos que habían llorado sobre el hombro de Daniel Trent. Del «hombre acorralado».

Pensó que después del baño daría un retoque al proyecto del comedor. La habitación resultaba lóbrega y sería preciso alegrarla con pintura de un tono vivo...

¡Qué agradable cocina la de El Faro! ¿Daniel la habría hecho decorar o la propia Lena trabajaría en su embellecimiento?

«Un hogar a mi gusto, en un rincón a mi gusto...».

¡El Faro, con su divertida escalera de caracol agujereando todas las habitaciones...!

Se quedó dormida. Al despertar creyó que acababa de cerrar los ojos, pero el reloj le indicó que habían transcurrido dos horas.

Tuvo conciencia de un ruido que sin duda la despertara. Alguien tiraba piedrecitas a su ventana.

Abrió las persianas y se asomó. Aún brillaba el sol y el pinar olía mejor que nunca. Abajo, más llamativo que dos días antes, Ric esperaba, todo sonrisas y contagiosa vitalidad. Vestía pantalón y nicky blancos y su cabello rizado tenía a la luz del sol reflejos de cobre. Por asociación de ideas, pensó en los indomables rizos de Chesca, y en sus montones de peinecillos. Una herencia de familia, aquel cabello rebelde.

—He venido a buscarla —dijo—. Baje de una vez, perezosa. Estoy aquí con mi caballo, que ya se impacienta. —Señaló el coche azul detenido en el comienzo de la cuesta arenosa.

Paula se resistió.

—¿Por qué tengo que bajar?

—Porque he venido a verla. Porque me aburro. Y porque voy allevarla a divertirse.

—No sé divertirme.

—Yo la enseñaré.

—Solo estoy aquí para trabajar.

—Pues no lo parece, muñeca: ¿Le llama trabajar a dormir siestas de dos horas? Además, yo soy su trabajo. Un cliente en perspectiva. Tengo media docena de cabañas de paja que me gustaría que usted decorase.

Paula sonrió.

—Bajaré a charlar un rato.

Se pasó el peine por el pelo, de abajo arriba para que las puntas se volvieran. Decidió que el pantalón y el sweter negros que llevaba puestos, estaban presentables. Tuvo tentaciones de pintarse los labios, pero desistió.

—¿Para qué...?

Desde el pasillo, regresó al cuarto y se los pintó cuidadosamente. Acababa de acordarse de que Nicole la regañaba cuando descuidaba su apariencia. Para Nicole el pintarse los labios constituía un manantial de seguridad en sí misma. Claro que Nicole tenía una boca preciosa.

«Y tu boca tampoco está mal, no seas necia», se reprendió, mientras bajaba por la escalera.

La claridad del campo deslumbraba como siempre. ¡Cuánta luz había en la isla...! Ric la miró con interés y decidió que merecía un silbido.

Un silbido de aprobación.

—¡Qué pocas mujeres resultan bien con pantalón largo! Pero usted está espléndida, muñeca.

Se azoró. Hacía mucho tiempo que no recibía cumplidos tan directos.

—¿Dónde se metió ayer? —preguntó a continuación—. Se me escabulló, después de nuestro emocionante encuentro.

Olía a la misma colonia agradable y el brillante del anillo centelleaba en el dedo meñique.

—Tuve que hacer una visita —respondió a su pregunta—.



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